viernes, 16 de noviembre de 2012

Los Juegos del Hambre: El Retorno



¡Hola! Tenía esta entrada pendiente desde hace muucho, y va dedicada al blog de Lola, que si os acordáis fue quien ganó el concurso de imagen de la cabecera que tengo arriba. Siento muchísimo no haberla publicado antes, pero es que se me había olvidado (A estas alturas ya sabréis que soy un desastre) xD
Bueno, pues os cuento:

En este blog, además de subir noticias sobre la saga, las películas y los actores, también escriben un fanfic que trata de la continuación de Sinsajo. Me he leído algún capítulo y la verdad es que están muy bien escritos, con un vocabulario muy adecuado y la autora realmente sabe expresar los sentimientos y las sensaciones. Así que nada, yo os recomiendo que os paséis y que al menos le echéis un vistazo, porque el diseño es muy bonito. Para acceder al blog pinchad aquí

Para dejaros convencidos del todo, os dejo también el primer capítulo por si queréis leerlo. (Pinchad abajo para leerlo)


Esta es una mañana fresca de principios de mayo y el bosque poco a poco despierta  del profundo letargo del invierno. Me encuentro oculta tras el grueso tronco de un árbol empuñando en una mano mi arco y sintiendo, en mi espalda,  el   ligero peso del  carcaj de madera que  guarda las flechas. Respiro profundamente, intentando absorber  la mayor cantidad posible de aquel aire tan puro que lo impregna todo… Por unos segundos me transporto a aquellos días de caza, de libertad entre las salvajes matas, de felicidad… aquellos interminables días junto a él, junto a Gale…Pero,  de repente un suave apretón en mi mano me arranca de este pensamiento y me devuelve a la realidad, no menos feliz  que mis recuerdos. Llevo, aferrado a mi mano, a un niño pequeño de 7 años, de pelo color ceniza y unos profundos ojos  grises que escrutan el  bosque, llenos de miedo e incertidumbre como si se tratase de una trampa mortal que de un momento a otro fuese a desplegar sus zarpas y a engullirnos. Lo observo, tiernamente, pues me es imposible no recordar la primera vez que mi padre me trajo al bosque. Tendría aproximadamente su edad, y la primera vez que pise estos parajes también estaba insegura y apretaba la fuerte  mano de mi padre como única protección ante cualquier peligro que acechase. La diferencia es que ,los momentos de paz y felicidad que yo compartía con mi padre entre estos árboles estaban prohibidos, y si los agentes de la paz hubieran descubierto que practicábamos esta actividad ilegal tan frecuentemente, seguramente hubiera sido otro nuestro destino. Sin embargo, hace años que pasear por el bosque ha dejado de ser un motivo de castigo, y ahora se puede vagar libremente por él sin miedo alguno. Esto al igual que otras muchas cosas ha dejado de ser delito una vez cayó el Capitolio en la rebelión de los distritos, 20 años atrás.
-Mamá, tengo miedo- la voz del pequeño surge temblorosa y quebrada, pero aun así no pierde su  dulzura. Tiene la misma voz que su padre.
-No pasa nada, Gale-le susurro tranquilizadora, mientras le beso delicadamente la frente- mientras estés a mi lado todo irá bien.
Sus pequeños ojo inocentes me miran, crédulos pero aun así  logro descifrar  un atisbo de duda reflejado en ellos
-O es ¿Qué no confías en mama? ¿Es eso? –le pregunto, frunciendo el ceño en un inútil  intento de endurecer mi expresión.
-No, no mamá- se apresura en asegurar Gale, mientras aprieta mi mano entre las suyas.
- Esta bien- le tranquilizo, y le dedico una cálida sonrisa- veras como ya mismo aparece algún que otro conejo o una ardilla-sentencio alentadora.
Permanecemos allí, apoyados sobre la corteza del árbol durante aproximadamente media hora más, pero la impaciencia y el miedo del pequeño hacen que finalmente abandone cualquier intento de caza y me disponga a volver a casa, en la Aldea de los Vencedores,  junto al resto de mi  familia.
Apenas nos hemos alejado un kilometro del borde del bosque e invertimos menos de veinte minutos en abandonar la espesura del follaje y caminar libremente sobre la pradera, ahora llena de vida y arropada por un bello manto de flores silvestres. La valla de espino que separaba la Veta del bosque y delimitaba nuestro territorio fue derribada, y ahora el distrito 12  se funde con la salvaje naturaleza de los arboles, ya no hay nada que impida el paso al bosque ni la permanencia en el distrito, estos son tiempos de libertad, y como tales, nadie es obligado ni retenido en ningún lugar. Pese a esto los distritos continúan existiendo, pues el nuevo gobierno de Pyalor  los  considera como un método efectivo para clasificar y organizar el país. Aun así la función que cumple ahora los distritos es completamente diferente a la que desempeñaban  regidos por  leyes del Capitolio, bajo las cuales la palabra distrito se asociaba comúnmente a  cárcel y pobreza, la cuna y la tumba de todo aquel que nacía allí. Ahora  “distrito”, junto a su respectivo número, simplemente indica lugar de procedencia, el sitio donde naciste .Actualmente la gente se desplaza por Panem y la mayor parte de la población se ha acogido a una vida errante, por todos los distritos, empujados por la curiosidad y la sed de libertad. Pero por desgracia, a mi hay demasiado recuerdos que me encarcelan en este sitio y de los  que me son imposible zafarme.
Le concedo un par de minutos a Gale para que recolecte un puñado de flores, pues desde pequeño adora decorar con un ramillete de flores frescas el jarrón de la cocina. Mientras el pequeño se entretiene observando los coloridos pétalos y seleccionando meticulosamente los capullos más jóvenes  yo decido tomar asiento sobre una pulida roca cercana a una mata que ha captado la atención del niño. Lo observo, dulcemente, mientras arranca con cuidado la única flor de la mata y la introduce satisfecho en el ramo. Es un diente de león.
Inevitablemente,  los recuerdos afloran, recuerdos infectados de veneno y dolor que el alma encona.
Las largas tardes de paseo en la pradera junta a la pequeña  Prim,  cuando la sombra de la valla aun se proyectaba sobre la hierba y el distrito continuaba siendo una jaula para sus habitantes.
Pero aquello no me importaba, todo era soportable al sentir la cálida presencia de mi hermana a mi  lado. Mi hermana… aquella niña de doce años obligada a madura y convertirse en mujer  en cuestión de meses, aquella enfermera soldado conducida al corazón de la rebelión para atender a los heridos. Y un paracaídas. Un paracaídas plateado que descendía inocente y se aproximaba mecido por la brisa hacia el tumulto de niños apilados sobre las baldosas, hacia la pequeña enfermera…
Eso es todo, el mundo  desaparece  devorado por las llamas y poco a poco la oscuridad nubla mis ojos. Esto es lo único  que me queda de mi hermana, es el único recuerdo que mi mente evoca una y otra vez insaciable, sediento de culpabilidad.
Me aferro a un saliente que hay en la roca en un intento desesperado de mantener el equilibrio y no desplomarme sobre la hierba.
El pasado resucita, siempre lo hace y los recuerdos vuelven para atormentarme. ..
Inspiro profundamente y me levanto precipitadamente de mi improvisado asiento decidida a despejar la mente y enterrar por un momento mis angustias. Ahora tengo otro motivo para seguir luchando, ahora tengo una familia.
Entorno los ojos y me sorprende ver frente a mí al pequeño Gale, que ha interrumpido su minuciosa búsqueda para observarme detenidamente. ¿Me habré comportado de manera violenta mientras recordaba? ¿Habré hecho algún gesto brusco que le haya asustado?
Pero no, no es pánico lo que leo en su mirada, sino una profunda inquietud, sus  enormes ojos me escudriñan meticulosamente, examinando cada gesto. Por un momento temo realmente haber hecho algo inapropiado en aquel momento de trance y las dudas me asaltan a cada segundo. Finalmente desecho la idea de preguntarle nada al pequeño y simplemente le muestro una sonrisa amable y le indico que es hora de volver a casa.
-¿Pero tan pronto?- protesta el pequeño manifestando su desacuerdo
No puedo evitar exhalar un suspiro de agotamiento y me dedico a asentir lenta y rotundamente.
En algún momento Gale debió de advertir mi malestar, pues sin más queja me tomo con delicadeza la mano dispuesto a emprender la vuelta a casa y me acerco el colorido ramillete para que lo oliera. Sin prestar demasiada atención dejo que el pequeño aproxime las flores a mi rostro y aspiro el aroma que desprenden.
De repente ese olor dulzón  y nauseabundo me quema el paladar y abrasa mi mente. En un momento de confusión logro ubicar el pequeño capullo blanco que sobresale entre las amapolas rojas. Un punto inmaculado en un profundo mar de sangre…
Siento que algo me oprime el pecho, que desnuda a mi pulmones de su aire.. En un acto reflejo aparto bruscamente el ramillete de mí que cae al suelo, esparciéndose sobre un lecho de hierba seca.
Me apresuro en controlar mis instintos y recobrar la compostura frente a las quejas de indignación de Gale.
-Tus flores estaban llenas de bichitos, de esos que pican y hacen pupa- fue la primera excusa que atravesó mi mente y escupí sin pensar, con la esperanza de sofocar los reproches
-Eso es mentira, yo mismo las limpié-replica el pequeño, encarándome malhumorado
-¡No me repliques Gale!-la presión contenida hace finalmente su aparición, y estalla en mi boca en medio de la discusión para sentenciar la conversación
-Volvamos a casa, se nos ha hecho tarde-  es lo único que logro pronunciar antes de aferrar a Gale por el brazo e iniciar un silencioso camino hacia la aldea.
Durante la caminata intento olvidar aquel capullo blanco del ramo, su olor y todos los recuerdos que junto a él brotan en mi mente de manera descontrolada. Finalmente consigo apartar  de mi cabeza  este desafortunado episodio, y consigo sumir a mi mente en un estado de relajación, mientras Gale y yo caminamos en silencio de manera acompasada hacia casa.
Es cierto que tras los horribles bombardeos que sufrió el distrito doce durante la rebelión el  nuevo gobierno envió patrullas encargadas de limpiar las montañas de ceniza y carbón y despojar a los silenciosos caminos de los cadáveres que allí se apilaban de manera infecciosa. Pese a todos los intentos del gobierno por volver a devolverle la vida a este lugar las únicas personas que aun habitamos el distrito doce somos mi familia,  Sae la Grasienta junto a su sobrino y  dos familias más del distrito 7, alojadas en el otro extremo de la ciudad, donde Pyalor dio orden de construir una serie de refugios para aquello que estuviesen decididos a instalarse e iniciar una nueva vida en el distrito 12.
Por lo tanto, a excepción de estas familias que apenas abandonan sus casetas y algún que otro visitante curioso que se acerca a estos parajes atraído por las historias que circulan sobre el bombardeo, mi familia es la dueña y señora del distrito 12, somos los dueños de la conocida :
“ Tierra Muerta”.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho el capitulo! Gracias por mostrarme el blog, voy a comenzar a seguirlo!
    Mxx Luba!

    ResponderEliminar